No me vas a conocer.

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No me vas a conocer

si crees que soy una cara,

una voz,

un cuerpo: una máscara.

Un espejismo.


Hay muchas capas,

pero si te aterra la oscuridad...

Nunca vas a llegar.

Ni yo conozco el camino.


Conocerme es un viaje

y actualmente ya no cualquiera es explorador;

no cualquiera se adentra

a donde no hay regreso,

porque quien toca bien adentro,

ya nunca se va, ni aunque lo intente.


No vas a conocerme

si te limitas a lo que muestro:

aprendí de los mejores camaleones

a mostrar mis colores,

pero ocultar lo que está debajo.


El mundo que está afuera

no es ni la mitad de lo que está adentro.


¿Oyes eso? Es el río, es el mar, es la tormenta.

Hay montañas más altas que el Everest en mis entrañas

Hay abismos más profundos que las fosas de las Marianas

Hay ciudades que hacen palidecer a New York


¿Ves eso? Es un unicornio, es un dragón

y otros seres que nunca existirán


Cree en la ternura de mis besos:

no sabes cuánta ausencia caben en mis huesos

ni cuánto llanto en mi pecho.


Aprendí a temblar y hacer erupción en silencio

Aprendí a ser espuma y neblina con un gesto

Aprendí a derretirme por completo con un abrazo

¿No ves las fronteras? ¿No ves las señales?

Todas se rompen a tu paso.


Pero no me ves.

Y poco a poco

se está cerrando la puerta:

Ya no puedo detenerla más.


No me conoces.

Si me conocieras, sabrías

que soy como el tiempo:

si me voy

no vuelvo jamás.



M.

Madrugada.

Tomó su abrigo del perchero por última vez. Caminó las mismas tres cuadras de distancia que había de aquel «Pub» a su casa. En la calle sonaba la estridente voz de Bruce Springsteen.

Mientras caminaba algo en su interior le hacía contar cada paso, ver cada tramo de paisaje, o al menos lo que permitía el ojo humano ante ese nivel de penumbra. Había cierto nivel de luz por el alumbrado público, no obstante todo se perdía entre su mirada nublada y confundida.

No se fijó cuántos tragos tomó esa noche: entre el Bourbon, algunas cervezas nacionales, unos shots de vodka y tequila. Su cabeza estaba hecha un caos y las lágrimas caían de sus ojos a cántaros.

Recordaba la voz de su padre, y esa promesa que quedó como un simple anhelo. Cuarenta y dos años ya de lo ocurrido, de esa noche en que vio por última vez a su viejo. Su padre, como si supiera algo que era inminente e imperceptible, como si adivinara el futuro, le encargó cuidar a su madre y a su hermana. Horas después, la noticia estaba en todas partes, su «querido viejo» se había estrellado contra un trailer de un conductor que no midió las copas, que ya no podía con la depresión y las ansias de matarse.

No pudo cumplir la promesa. Apenas tenía quince años y era demasiado peso para sus hombros procesar todo eso. Decidió huir, dejar atrás todo rastro de parentesco familiar. No quería ese mundo.

Su madre en su interior conocía a su hijo como la palma de su mano, sabía que no podría con una carga tan inmensa, y aunque lloraba en silencio, decidió dejar ir a su hijo como había dejado ir a su esposo.

Se acordaba del señor Gatsby, de las tardes trabajando en ese súper mercado, de las constantes críticas y sin sentidos de los clientes. Clientes que parecían no saber leer la fecha de caducidad, que no encontraban nunca nada en un pasillo. Era agotador, pero él eligió no cargar con nadie, ganarse la vida. Abandonar la secundaria, abandonar a su familia, llevar en sus bolsillos las escasas enseñanzas que le dió su padre. Ese «querido viejo» que perdió a su madre a los escasos seis años, y cuyo padre alcohólico lo forzó a buscar empleo desde que tuvo uso de la razón, un hombre muy sabio y que le costó mucho volverse ese saco de amor que conoció durante quince años.

Hubo varios trabajos, era cobarde y egoísta con los demás; pero valiente con la vida. Trabajo nunca faltó, tampoco amores de una noche. Conoció todos los prostíbulos de la ciudad. Supo del sexo antes que del amor. Hubo varias mujeres, pero Elena fue la única que lo marcó.

¿Qué habrá sido de Elena? Llevaba un par de años que no sabía nada de ella, aún guardaba con recelo ese número en su celular. Juró que la iba a olvidar, que no era importante; pero otra promesa que no pudo cumplir. Estuvo casado con ella 6 años. No formaron una familia. ¿Cómo iban a formar una familia si él no sabía lo que era eso y ella tampoco? Ambos sabían de la misma vida. De huir, de no cargar nada a cuestas. De quebrarse en botellas de alcohol barato, pero nunca ante nadie.

Conoció a Elena en ese bar en el que trabajaba apenas llegados los treintas. Él no conocía la lealtad, ni tenía ojos para otro humano. Elena era la novia de su entonces «meior amigo» Carl. Carl lo sacó de las calles, cuando en su peor racha no hubo mano alguna. Sin embargo desde que vió ese rostro chapado a la antigua, como si fuese de una película de la segunda guerra mundial, no pensó en nadie más. ¡Vaya novedad! Elena sabía de lealtades, pero su libertad fue una prioridad antes que la moral.

Elena, como una presa difícil de la que se jactaba de ser, no sucumbía a sus acercamientos, ni a sus palabras. Elena antes de Carl había conocido todas y cada una de las artimañas, de los intentos de seducción. Carl nunca lo intentó, de hecho eso fue lo que cautivo a Elena: un hombre que no era cautivo de su físico o su cuerpo. Elena era muy orgullosa para admitir que un hombre no la encontrara atractiva.

Usaba su mejor escote, aquel lápiz labial carmesí de ensueño, vestía ese vestido que parecía salido de Casa Blanca. Su pelo rubio, su estatura de un metro con setenta tres centímetros, los libros que presumía haber leído de Albert Camus, los cigarrillos que cargaba cada día en su bolso, eran sus armas y ni así Carl respondía a su artillería pesada.

Finalmente fue directa. Carl no era un hombre difícil, no era tan complejo como parecía. Tenía ojos para otro tipo de belleza. Eso era todo. Sólo fue necesario decir sus intenciones sin vueltas, para que ese hombre alto de pelo semi canoso, de bigote, barba y pelo en pecho se comiera su boca. Elena supo por primera vez que el amor se trata de ser transparente, no de disimular o aparentar.

Ya habían pasado diez largos años y no llegaba el anillo que anunciaba su victoria contra Carl. Aunque ella se resistió, ese otro hombre tenía un magnetismo raro de explicar. No era muy atractivo, culto o interesante. No tenía dinero. Tal vez ese vacío fue lo que fue haciendo que Elena viera como un príncipe a ese hombre que no podía ofrecer nada. Elena era una fanática del Cine francés, y al crecer con la música de Edith Piaf, encontraba hermoso «el salvar o transformar a todo hombre que respirara inmundicia».

Lo había intentado con su Padre, un hombre muy violento que a sus escasos catorce años abusó de ella. Lo cierto, estaba quebrada, rota en añicos y lo único que tenía era la fachada, mientras Joseph no aparentaba nada. Era mierda de persona y no encontraba razón para ocultarlo. Un cabrón. Un cretino.

Pasaron cinco años de coqueteo y relaciones extramatrimoniales entre Elena y Joseph hasta que Carl supo lo ocurrido, y como el hombre digno que era, no cayó en provocaciones y aceptó su derrota, no sin antes desterrar al olvido a ese par que magulló su fe en la humanidad.

Dos años de novios y finalmente seis de casados. No se necesitaban detalles. No se amaban, pero se entendían y encontraban el uno en el otro el consuelo de una vida de mierda. De ser unos cobardes egoístas que solo tenían el don de romper a todo lo que tocaban. Sólo en la cama se quitaban todo rastro de miseria y pesimismo, y se volvían fieras, no hubo una sola vez en que follaran sin que acabarán hechos un pañuelo de lágrimas. El sexo era su único consuelo. Muy en el fondo sabían que no se amaban, que si alguno se marchara el otro no saldría a buscar al otro.

Ya habían pasado dos años sin que se dirigieran palabra alguna. No obstante, era la primera persona en la que pensaba de las tres de la mañana en adelante. Él no la amó cuando pudo, pero ahora sabía que la amaba. Era tan cobarde que ni eso podía admitir, los únicos que sabían la verdad eran sus pensamientos y sus dedos cada que escribían «te quiero».

Pensó en llamarle por última vez. Pensó en gritar lo mucho que le carcomía en la consciencia ser un hijo de puta hasta el último de sus días. Pensó en las veces en que ambos se fueron infieles y no sintieron culpa alguna. Pensó en esa despedida, en que un día Elena tomó sus maletas y se fue sin avisar ni dejar rastro. Elena era como la muerte: llegaba y se iba en cualquier momento de manera inesperada. No la podía contener. La buscó hasta el cansancio pero nunca la pudo encontrar.

Él odiaba las redes sociales: pensaba que era un show de presumirle a los demás lo que no eres porque por dentro tu existencia es muy miserable. Pensaba que la felicidad era un rato y no algo que pudieras describir o dejar guardado en una foto o un vídeo.

Pensaba,y pensaba… y así a tres metros de su casa, en ese suburbio de Pensilvania, vio a Elena por última vez. Iba disfrazada de negro, pero esa sonrisa que llevaba puesta era indescriptible. Llevaba la cara semi cubierta, pero sabía que era ella. Eso era lo que le decía su mente.

En el mundo real, las patrullas se apilaban mientras su cuerpo yacía sin vida. Había sangre por todas partes, un cuchillo en el piso y otro cuerpo a su lado. Elena lo había matado y había muerto unos minutos después. ( O eso parecía.)

Elena era la muerte, y él ya lo sabía.

M.M.G.C.

Candado

Locke & Key: The Covers of Gabriel Rodriguez | IDW Publishing
https://www.idwpublishing.com/product/locke-key-the-covers-of-gabriel-rodriguez/

Otro día buscando llaves,

esculcando entre los rincones de mi cuerpo,

entre mis huesos, entre mis recuerdos.

Otro día más preso.

Otro día en que mi garganta pesa,

y cada palabra no encuentra salida alguna

Hoy, la música suena distinto.

Hoy, el espejo parece enemigo.

Hoy, invade un aire de melancolía.

La realidad se quiebra y la sombra cobra vida.

Ayer, mis dedos estaban mudos.

Ayer, la tinta quemaba.

Ayer, la voz se cortaba:

haciendo ruido y eco en la nostalgia.

Mañana, espero encontrar la llave.

Mañana, espero volver a ser libre.

Mañana, espero que nada pese ni estorbe.

que se caiga toda cadena y lastre de lo que no fue.

Estoy encarcelado.

Soy verdugo y criminal.

Soy cadenas y candado,

Y también la llave.

M.

¿Y si ya estás muerto?

Todos hemos vivido incontables accidentes, hemos enfermado, hemos estado en algún quirófano; hemos visto la muerte a la cara tantas veces.  ¿Qué hubiese sucedido si no hubiésemos sobrevivido esos percances? Dirás, pues no habríamos muerto y nos habrían enterrado. “Quizás algunas lágrimas de parientes y amigos, y ya está, ¿no?”  ¿Y si estuvieses muerto o en trance, y la vida que asumes como “cotidiana” no es más que un sueño profundo o un invento de tu cerebro? Suena muy descabellado, incluso ilógico; pero si fuera así, ¿seguirías callando eso que sientes por tu crush?  Supongamos que estás en un sueño, ya moriste, ¿Qué más puedes perder? ¿Seguirías preocupándote de no cagarla, de no hacer el ridículo, de quedar bien ante la sociedad? ¿Seguirías trabajando en ese empleo horrible en el que justificas tu miedo a confrontar que tus sueños fracasen? ¿Seguirías callando la verdad con tal de no incomodar? ¿Seguirías defendiendo cosas en las que no crees por presión social? Y podría seguir con las incontables preguntas.

Y es que esa es la realidad: ya estás muerto, y no lo sabes; y lo peor es que asumes a tu muerte como vida. Estás muerto porque ya no luchas. Estás muerto porque no aceptas lo que eres. Estás muerto porque te limitas a ser lo que otros ven bien. Estás muerto porque aceptas amigos falsos. Estás muerto porque niegas lo que amas. Estás muerto porque ya sólo eres un bonito envase más en una fábrica. Estás muerto porque aceptas un amor que sabes claramente que no es real. Estás muerto porque te asusta la soledad; pero te fascina rodearte de hologramas. Estás muerto porque eres una profesión, no una persona. Estás muerto porque eres una etiqueta, no un individuo.

No hay nada que nos asuste más a los humanos que la muerte, pero curiosamente elegimos la muerte en vida. Matamos con todo nuestro arsenal nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras opiniones, nuestra voz, nuestros sueños, nuestros pensamientos.  Morir en vida es aceptar lo que no queremos porque es lo correcto a los ojos de otros. Y para muchos, eso es vivir. Qué triste, ¿no?

Digo, excusas sobran: dinero, mi familia, los demás, mi profesión, mi pareja, etc. ¿Tan corta es la vida para tanto pretexto barato que ponemos? Si esto es un sueño o un trance, ¿qué más puedes perder? No es muy tarde para renacer, no es muy tarde para ir hacia lo real. No es muy tarde para lanzarte, darte de golpes, sangrar; pero con la satisfacción de haberlo dado e intentado todo.

Porque posiblemente ya estás muerto, y ahora ya lo sabes.

Confesión.

Y sin darme cuenta, dejé de llorar, de sangrar con la misma sutileza a la que me había habituado durante tantos años. Es curioso: amar tanto algo al grado de vivirlo como una religión y de repente abandonarlo, ya no darle más sentido en tu vida.

Si hago memoria mi primer antidepresivo fue una hoja en blanco. Tras conocer el rechazo y la ridiculización de mi talento como dibujante a los escasos 11 años. La verdad es que fui un niño que creció sin tanta malicia. Entonces en ese entonces no conocía que la gente, cuando no eres tan fuerte, puede ser un motivo inequívoco de que abandones tus más grandes pasiones o las veas con cierto rencor y recelo. Afortunadamente, cuando entré a la secundaria, por azares me dejaron de tarea el escribir un poema, ahí descubrí mi facilidad inherente para encontrarle rima a las palabras y a su vez paliar mi oscuridad interna.

Fueron pasando los años, y en el anonimato de una computadora con Windows vista, guardaba todo lo que saturaba mi joven y confusa mente de adolescente. Al principio consideraba una nimiedad sin sentido alguno los acentos, y así continúe escribiendo durante muchos años, incluyendo la etapa en que comencé la carrera de medicina. Fue en ese entonces, cuando por una compañera conocí Twitter por ahí del 2009. Al principio, mi primera cuenta, estuvo sin ser ocupada sin motivo alguno durante varios meses. Tras vivir una pelea con personas que ahora me son tan indiferentes (curiosamente), decidí empezar a escribir. Si miro con un ojo crítico, mi primera cuenta fue puro pensamiento basura, menciones y dramas de la madurez que tuve en aquella época.

Como todo tuitero conocí alguien interesante y las cosas se salieron muy de control y acabé cerrando esa primera cuenta. Después abrí mi cuenta actual y mi primer año escribí lo mismo de antes y con horrible ortografía (acentos principalmente), por ahí del 2011-2012 me entró la idea de volverme tuistar, porque estaba huyendo de lo mucho que me frustraba ser un desastre en medicina.

Como muchos de esos tiempos, me valí de grupos de favoritos y retweets para crecer mi cuenta. Luego tras vivir infinidad de problemas decidí nunca volver a hacer eso. En ese entonces mi vida era un desastre: mis papás encima de mí por haberles mentido que me había graduado y habían asistido a mi graduación, para colmo de colmos.  Lo único que salió en esos tiempos de tratar de salvar una carrera que odiaba y para la que me sentía absolutamente inservible, fue que por una persona de la que lleva mucho que no sé nada, que aprendí las bases de la acentuación y cambié la dinámica de mi cuenta de Twitter para jugar al escritor (nunca me he podido considerar uno o un “poeta”.)

Ahora recuerdo todo ese viaje para aprender las bases de la escritura y me da risa, y a su vez me siento muy agradecido. Digo, todavía me falta mucho, pero aprecio mucho mi aprendizaje en redacción y más cuando antes de Twitter no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo.

¿Qué puedo decir? Sólo soy otro humano que ha hecho cosas horribles y se propuso ser mejor persona y usar los medios con los que cuenta para hacer sentir mejor a desconocidos y soltar toda frustración de su vida cotidiana.

En este viaje he conocido y tratado todo tipo de gente asombrosa, de todas nacionalidades y vivido cada situación loca. Una vez un fulano de la ciudad donde vivo me identificó y me sacó de onda.  Bueno, ya me estoy desviando del tema, el chiste es que estuve 2 años muerto en materia de jugarle al escritor, entonces se siente de maravilla, el poder volver a tus raíces.

Me da mucha risa al recordar que a los 15 años me moría de la pena cuando los maestros leían mis poemas y peor aún me los querían explicar, cuando muchas veces, ni siquiera yo tenía idea de qué carajos decían, sólo los escribía para quitar todo ruido de mi mente.

Y desde ahí el tirar palabras siempre fue un juego para sacar la basura de mi interior, estar en equilibrio y ser un humano “funcional”. Y nada, escribo esta entrada por si alguna vez lo olvido.

“Escribo porque no sé sangrar de otra manera”.  

Arrebol

Te dedicaría un verso:

Un beso jamás dado.

Aquella tarde rojiza;

Un lugar en esta lejanía.

Sí, lejitos de la incertidumbre,

de las etiquetas, del mañana.

Aunque sea un ratito.

Hoy te escribo, pero me nombro a mí.

Ya no a los mismos rincones.

«a ese yo tan añejo».

Hoy te escribo y no pesan los entierros:

la costumbre de llorarle a lo «olvidado».

Hoy me escribo.

Desnudo y torpe en la intemperie,

entre el crujir de polvo estelar.

Te dedicaría un cielo:

un pedacito de mi memoria,

esos fragmentos en los que respiras.

Luego, despierto y veo que la noche ya llegó:

ahora hay estrellas en donde antes había nubes.

¿Cómo le digo a la tarde que vuelva?

¿Cómo le digo al ocaso que un minuto más?

¿Cómo me digo que sueño con fantasmas?

¿Cómo me digo lo que no tengo palabras que decir?

Hoy le escribo a lo que siento.

No a una voz o un cuerpo;

Hoy le escribo a eso que queda cuando ya no hay nada,

porque cuando algo ocupó un lugar siempre queda algo:

Cabello, fotografías, senderos, nombres que ya no importan.

Algo tan pequeño e insignificante, pero que nos cambia para siempre.

Unos le llaman recuerdos, otros miedo, otros tragedia o aprendizaje.

Yo prefiero no ponerle nombre, no volverle algo cotidiano u olvidable.

Yo elijo vivirlos.

Yo elijo vivirte.

Yo eljo vivirme.

¿Una vez?

Las que sean necesarias.

Empacando

Partiendo-750¿A quién carajos engaño? Tengo muchos sentimientos confusos en mi interior y mi parte racional no lo hace simple. ¿Por qué demonios me siento así? ¿Por qué me pesan las pupilas y me refugio en canciones tristes? ¿Por qué vienen a mí estas preguntas? Como siempre siento una opresión en mi esternón, como siempre vienen a mí lugares que ya conozco y ahora no tengo claro si ansío volver.

No ayuda en nada que sepa leer cartas, que me hayan leído las cartas, que vea vídeos de Tarot interactivo en Internet, que intuya una infinidad de cosas, que tenga sueños recurrentes o que vengan a mí recuerdos y voces. ¿Por qué tiene que ser tan difícil añorar? ¿Y qué es lo que añoro? Tantas preguntas y tan poca claridad en mi interior. Agradezco cada momento vivido, cada enseñanza que he quedado tatuada dentro de mí. Tantos adioses marchitándose, haciendo barullo entre infinidad de siluetas a las que alguna vez les di nombre.

Lo cierto es que llegaron para hacerme alguien mejor, para poner en tela de juicio mis preceptos, mi manera de interpretar el mundo y es que cuando una persona te cambia tanto, es irremediable no hacerla propia, no entrañar el aroma, los vocablos, los paisajes que se contemplaron. Ineludiblemente, se vuelve tan propia que comienza a escocer, a doler, a cuestionar lo que creíamos que éramos.

No voy a mentir, soy un fracaso en esto de olvidar; ya me probé de sobra que soy un desastre. Tampoco puedo entender mucho de lo que ha sucedido, y esto ya es más una carga que algo positivo para mí. Te esperé, creyendo que podría reparar lo hecho; creyendo que con honestidad podía borrar un infinita colección de fracasos, porque eso es lo que más me pesa a la fecha; no poder remediar mi parte. Quizás para ti fui alguien más, sin nombre, sin sentido o no lo sé. La verdad es que no está bien juzgar o imaginar escenarios que quizás ni son ciertos.

A pesar de las heridas, los malentendidos; te recuerdo bien. No he olvidado lo esencial; el resto quizás sí. Lo lamento, soy terrible acumulando rencores, pero de todo me doy cuenta; llega a mí porque llega. Quisiera decirte que te espero de vuelta; pero mentiría, pasó lo que debió suceder, no hay vuelta atrás. No estoy esperándote, tampoco creo volver a hacerlo. Si vuelves, espero que vengas con motivos y verdades; ya no espero que me endulcen o que me ilusionen. Ya tengo muchos años para ello. Por mi parte, el ciclo ya se cerró y a menos que tengas el valor para quien soy ahora, déjalo así.

Tú piensas que escribo para traerte a mí y no, escribo diciéndote adiós. Sacándote de mi sistema, de mis promesas, de mis pensamientos, de mis mañanas, de mis días. Te quiero, eso no creo que cambie, a diferencia de ti, a mí no me pesa aceptarlo ni darte las gracias. Tampoco me pesa tanto esta maleta; y es que estoy empacando, eligiendo qué deseo para mi próxima vida, qué llevar en mi interior a cada lugar que visite. Yo te llevaré adentro, no te preocupes, pero no creo lado a lado.

Aquí se bifurcan irremediablemente estos caminos, muy pronto quizás ni sepas dónde estoy o qué hago. Muy pronto lo que conociste será un recuerdo al que no se puede regresar. Pero no queda en mí. Sagitario odia esperar y yo te esperé un año. Dejé ir personas, oportunidades, situaciones. Entonces en estos meses seguiré empacando y seleccionando qué debo llevarme puesto y qué debo dejar aquí.  No olvides que amo viajar ligero.

Te deseo una infinita felicidad, no importa el futuro perdido. Cuídate mucho, nunca olvidaré Mayo y Junio. Ni dejaré de sonreír al escuchar las canciones que nos dedicamos. No pudo durar, no debía durar. Yo apenas empezaba y tú ya ibas a medio camino. Nunca íbamos a coincidir; pero fue un gusto intentarlo.

Te amo, Emil.

Atte: Lucie.

 

M.M.G.C

Carga

heavy-burden

De nuevo no puedo…

¡No! ¡Las palabras brotan,

pero el corte sigue ahí!

Está lo que deja historia;

Lo que ya es memoria.

 

No todo se puede extirpar;

Senteciar, silenciar, callar.

¡Sí! ¡Hay que estallar!

¿O no somos galaxias,

polvo, viento, infancias?

 

¿Por qué carajos existo

Si dentro de mi carne

en una prisión coexisto

aguardando a que sane

Lo que quizás no se puede?

Y mientras sólo insisto:

Existo.

 

No hay bisturí, ni cirugía

que no dejen historia.

Cada incisión se cura, sí

Eso aparenta, porque el tejido

No es lo único herido

 

Fantasmas de gloria.

Esperas que explotan.

¿De qué sirve la victoria

si los trofeos no importan?

 

No esperes que sea fuerte:

Sólo porque mis huesos

me apartan de la muerte;

hay dolores tan espesos…

eso lo aprendí al quererte

 

Y me apego a fantasmas,

a gritos y alaridos vagos,

A caricias humanas;

a todos esos estragos,

A la voz que encarnas,

A esos tragos amargos…

Cada vez que me faltas.

 

Ignoro todo lo que cargo,

pero no me puedo engañar,

muy dentro de mí ardo.

¡Sí! ¡Ya quiero olvidar!

¡Sí! ¡Ya quiero perdonar!

¡Sí! ¡Ya quiero estallar!

 

 

Y es que hay inviernos tan bellos,

cautivos infiernos gigantescos:

Como buques entre destellos

chocando contra peñascos.

 

El viento me dijo que esperara.

Todas las voces que no me rinda.

Como si el horizonte te llamara.

¿Vendrás o quieres que me hunda?

 

¡Y ya no sé si te quiero!

¡y ya no sé si!

¿¡Y ya no sé!?

Y ya no…

Y ya.

¿Y?

NO SÉ.

 

¿Vendrás o me voy?

Hoy.

 

M.M.G.C.

Vocablos

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Es increíble la fuerza que le damos a las palabras. ¿Qué son? Simples grafias con tinta o voz, pero no tienen la misma fuerza de un hecho. ¿Por qué carajos las colocamos en un pedestal, una inamovible fortaleza de conceptos innecesarios? Nos sirven como un medio de comunicación, pero de igual forma lo hacen los gestos, las señas, el lenguaje corporal. No digo que no sean necesarias, pero creo que les damos más prioridad de la que tienen. No, no es el «te quiero» «te odio» lo que tiene fuerza, por qué carajos dejamos que un par de vocablos condenen nuestros días, ¿tan poco valemos? ¿Un par de palabras es suficiente para derrumbar o edificar fronteras inexplicables? ¿Nuestra valía como humanos pende a través de unos símbolos y código que nosotros mismos inventamos para poder expresarnos?

No comprendo por qué es que si nosotros inventanos dichas percepciones o conceptos, ahora nos poseen, dominan e incluso son muchas ocasiones el neollo de nuestros problemas cotidianos. Para mí no pasan de ser un medio de comunicación, pero jamás podrían equiparar el peso que tienen los hechos: lo palpable, perceptible por los sentidos, por las acciones humanos. No podría sustentar mi existencia entre epopeyas, supuestos, quimeras de grafito o sonido. Un humano tiene más peso que lo que emite su boca, que lo que dice enojado, embuido por emociones que muchas veces no entiende. No digo que jamás lo he hecho. No hay excepciones: todos somos presos de lo que creamos. En algún punto de la creación, lo que aparentaba ser la más genuina de las libertades se convirtió en una cárcel que cada instante se torna más inamovible.

Cuántas veces no hemos maldecido lo que gritamos estando en el calor de las emociones, al rojo vivo del resentimiento. O lo que ha surgido por emocionarnos, no tomando las suceptibilidades del otro en lo más mínimo. Lo cierto es que las palabras pesan, pero no deberían de ser un estandar de nuestra identidad. Las palabras son para usarse, no para que nos usen ellas.

Hoy quise analizar esto porque si algo ha despertado mi interés es la manera en que la especie humana se encasilla en malentendidos por darle una inevitable carga inexistente a lo que practicamente no existe. Encuentro cierta ironía mágica cuando dicen: «Es un hombre de palabra» Esa chica sí cumple con su palabra» En qué jodido instante condicionamos la existencia de otro ser humano por algo inexistente, que hasta para ser sincero roza más en una expectativa que en un suceso real. Ignoramos sí esa persona tiene los elementos para cumplir lo que dice, si esa persona está consciente de lo que está afirmando. Es más hasta ignoramos a la persona; todo lo que importa es lo que saca, lo que externa. No existe si no produce, si no satisface nuestros planes o deseos. O por el contrario si dicha persona no dice lo esperado: la satanizamos, la tomamos por inepta, incapaz; la reducimos a una piltrafa.  Y no, un vocablo, no deja de ser eso. Las acciones a suceder es lo que le da forma. No podemos dejar que todo el trasfondo de un individuo ronde alrededor de su manera de expresarse y lo que expresa. Somos más que eso.

La próxima vez que veas a una persona: entiéndela, no la subjetivices a tus vivencias, deja que ella muestre lo que es porque no la conoces; no la reduzcas a lo que no existe. Una palabra; vocablos. Nada.

M.M.G.C

Renovación.

  

 

Si he de ser sincero me atemorizan los cambios, jamás he podido asimilarlos tal y como quisiera. Un día puedo sentirme el más dichoso con una serie; pero si esta misma cambia radicalmente de la premisa que me gustaba, la dejo. Hace unos meses escuchaba Kings of Convenience a lado de una persona que quiero (ignoro si igual) a la fecha. Hoy estoy recostado en mi cama, tecleando palabras en la total oscuridad mientras que mis pensamientos se diluyen en épocas distantes: ayeres que ya no existen; mañanas que quién sabe si sucedan.

La verdad es que ignoro mucho de lo que vendrá o se irá en este mes o a raíz de este comienzo de ciclo de vida. Tampoco estoy seguro de estar preparado para todo, seamos honestos: la incertidumbre existe porque son cada vez más la cantidad de sucesos que ignoramos que de los que tenemos certeza y el número se acrecenta a manera que la humanidad se acerca más a tiempos complejos.

Poco a poco estoy experimentando una renovación, un periodo con nuevas historias con personas nuevas y posiblemente regresen algunas del pasado. Con el tiempo y la vida no se tiene nada seguro. Un instante estamos abrazando la compañía de lo imprevisto y al siguiente momento inmersos en la rutina y la cotidianidad. El tiempo ya es otro, yo ya soy otro, mis emociones ya son otras, mis experiencias y autoconocimiento ya es otro. Lo acepto: ya no soy nada de lo que fui hace apenas 6 meses.

Es duro desterrar, enterrar, reparar, darle la bienvenida a lo nuevo, pero es un proceso necesario. Doloroso, triste, confuso; pero que nos lleva a el lugar que nos compete dentro de la vida, ese engorroso rol del que año tras año escapamos, que tememos confrontar: el de ser alguien diferente, alguien que quizás a primera vista nos puede parecer un desconocido. Las renovaciones son una parte inevitable de crecer, creer y crear.

Renovarse es hacer las paces con el pasado para seguir dándole lucha a la guerra que es uno mismo.

Pueden ser personas, situaciones, problemas, confusiones, experiencias. Unas se van, otras regresan, otras llegan y nada se puede hacer. Durante un largo periodo de mi existencia he sufrido la inevitable experiencia de perder personas que aprecio, al principio me mataba (aún lo hace, pero ahora sé que hay vida después de eso) y me hacía cuestionar mi valía como ser humano: ¿Soy malo? ¿Era para mí? ¿Qué hice yo para merecer esto? ¿No tengo derecho a ser feliz? Esas y más preguntas que nada aportan y que sólo traen dolor, cuando en realidad muchas ocasiones ignoramos siquiera qué va a pasar. Inútiles juicios nacidos de lo que creemos imposible en un momento, de la impotencia absoluta de no poder avanzar por donde quisieramos. Sí, la frustración impuesta por nosotros mismos cuando nuestra existencia se ve puesta a prueba.

En estos meses, aprendí que la renovación es necesaria y que va a ocurrir quiera o no; que aunque las personas vuelvan a ser parte de mi vida, ya no serán las mismas; ni siquiera yo soy el mismo, que no se puede hablar de crecer sin antes experimentar causas y consecuencias. Todo eso es inevitable, como lo es luchar contra el tiempo o contra lo que queremos en nuestro interior.

Vivir es un eterno corregir; mucho se habla de borrar, pero seamos honestos, nada deja de existir en este mundo: se transforma en algo muy distinto, que es lo que corregimos, pulimos y le damos forma. También experimenté en un periodo de dos años que es absurdo no escucharnos; que debemos ser honestos con nosotros mismos, así duela, escoza, incomode, nos erize la piel o quiebre nuestras suceptibilidades personales. Hace dos años yo no tenía camino o rumbo, es más ni siquiera hablaba de un mañana. No tenía nada. Hoy, tengo todo. Así de peculiares son las renovaciones, un pequeño cambio y «voila» ya estamos rumbo a un objetivo. Hay tanto que ignoro y creo que lo seguiré haciendo: me falta mucho para madurar y estar en paz conmigo mismo, mis monstruos cada vez son más fuertes, lo bueno es que mis brazos cada vez abrazan con más intensidad.

Agosto, Septiembre, Octubre, Noviembre, Diciembre: así me sorprendan, me lastimen, me reconforten o me hagan infinitamente feliz, los espero con una sonrisa enorme y de la misma manera a lo que venga a esta vieja, vagabunda y oxidada vida.

Te espero, ven con todo. No importa qué, quién, cuándo, cómo, dónde ni por qué seas.

Te dejo mis brazos bien abiertos. Tú sabes o sabrás bien qué, quién, cómo, dónde, cuándo, por qué eres.

M.M.G.C